¿Sabía usted que, hace veinte años, España era uno de los poderes del video juego europeo? Ocho Quilates, una historia de la edad de oro del software español es un recordatorio de los orígenes de la española de la industria de los videojuegos en la época de los 8-bits.

Puede ser que la década de los ochenta va a recordar los años de el sándwich con la Nutella fuera de la clase, Naranjito, y El Equipo de Mecano. Pero también han sido el momento histórico en el que el juego se ha convertido en el monstruo que es hoy en día, gracias a los micro-ordenadores de 8 bits: ZX Spectrum, Amstrad CPC, MSX, Commodore 64.

En torno a esta etapa de la tecnología, un puñado de jóvenes sin pelo (y cualquier persona con unos años de más) se ha ido de la nada a una industria inexistente hasta este punto. Nombres como los de Dinamic, ERBE, Hecho en España, Opera o Mole ganado a pulso un lugar en los corazones de toda una generación de españoles que han descubierto que el ordenador ha sido usado para algo más que las tareas asignadas en clase.

Ocho Quilates pretende ser una crónica de los años, ha dicho por boca de sus protagonistas. Es una historia de pioneros, por primera vez, los sueños y las decepciones. En una palabra, es otra historia en la que los protagonistas hacen su camino en el mundo de los adultos, al mismo tiempo, como el establecimiento de su negocio desde cero, sin poseer la mayoría de edad. En resumen, la historia de una generación de brillantes que nunca marcado nuestra cultura.

Si siempre estás levantando el cabello cuando se oye hablar de La Abadía del Crimen, de la Marina de los Movimientos, Mad Mix Game, Livingstone, supongo, La Aventura Original, Abu Simbel Profanation, una Sombra Silenciosa, Sir Fred, El chip, la técnica de control, Lorna, El Misterio del Nilo, Después de la Guerra, Emilio Butragueño y Fernando Martín. Si aún así se te escapa una lagrimilla cuando alguien nos habla de Afteroids, el Ejército se Mueve, Fred, Goody, Desperado, Narco Policía, de riesgo, los Bosques, las rocas, Perico Delgado, Humphrey, o el París – Dakar, bienvenido, porque está en su casa.