Yo vivía como este, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo se había roto en mi motor. Y como tenía conmigo ni mecánico ni pasajeros, empecé a realizar, por sí solo, muy difícil de reparar. Fue, para mí, una cuestión de vida o muerte. He tenido el agua sólo durante ocho días. La primera noche dormí sobre la arena a mil millas de cualquier tierra habitada. Yo estaba más aislado que un naufrago en una balsa en medio del océano. Imagina, entonces, mi sorpresa cuando, en la madrugada, me despertó una extraña vocecita que dice: ùPor por favor… dibújame un cordero!